Por: René Raudales
[su_heading]Tegucigalpa, Honduras[/su_heading]
Las antes sosegadas calles de Tegucigalpa se han convertido en un infierno con tales grados de terror que influye notablemente en la salud de los habitantes de una ciudad que está por cumplir 445 años de fundación.
Durante mucho tiempo fue una ciudad tranquila sin embargo los efectos del crecimiento poblacional y vehicular, la poca planificación urbanística, construcciones en forma desordenada y los malos alcaldes, que en su mayoría solo se interesaron por sus propios intereses y a dar empleo a activistas u otorgarles permisos de ventas en las calles, condujo a un caos en la ciudad capital.
Los problemas se acentuaron con el crecimiento de la delincuencia, las pandillas y el tráfico de drogas en los barrios que ha significado en aumento de número de muertes. El aparecimiento de las maras también condujo al cobro de impuesto de guerra que ha afectado el transporte y sus usuarios, al cierre de negocios en los barrios de la ciudad.
Mientras esto ocurre la incapacidad de las autoridades del país en el combate de este flagelo, ha sido un fracaso constante, que ha hecho de la capital una ciudad presa de la delincuencia. De poco ha servido el caudal de recursos que cada ciudadano aporta en impuestos o a través de la tasa de seguridad que se le impone a todos los usuarios de los servicios bancarios y por donde se recaudan enormes cantidades de dinero.
Finalmente una última calamidad afecta, especialmente a la clase media que se transporta en sus propios vehículos. Cada día cuando alguien conduce hacia sus trabajos, a sus compras u otra actividad se ve amenazada por una cierta cantidad de delincuentes del volante, una plaga que ha invadido las calles y que no poseen la más mínima educación; éstos amenazan verbalmente y hasta con armas a los demás conductores y en algunos casos son embestido por los vehículos de esos que bien debían llamarse forajidos.
No se les puede llamar de otra manera; reciente están las noticias en los medios de alguno de ellos que se encontraron en las calles con otros similares y entablaron peleas callejeras. Es de resaltar que ese tipo de peleas no se producen con algunos conductores cuyo nivel de educación los hace víctimas y por tanto soportan cada día todas las afrentas amenazas y atentados a su vehículo y a su seguridad.
Hace algunos años cerca de la Colonia 15 de Septiembre una dama sintió el golpe de otro auto por lo que bajó de su auto para hablar con el infractor y la respuesta fue un disparo que acabó con la vida de la señora. Ese es solo un ejemplo de los mayores peligros actuales de conducir en la selva sin ley de Tegucigalpa.
El estrés, derivado del terror de conducir, se ha vuelto cotidiano en estas calles invadidas también por una enorme cantidad de motociclistas, la mayoría irresponsable, que no respetan las mas elementales leyes de tránsito y que están causado accidentes diarios de tránsito a la vista y paciencia de las autoridades. Según informes en más de la mitad de los accidentes diarios participa una motocicleta.
Casi cada conductor ha sido víctimas de esos irresponsables que al final no son ni siquiera detenidos y en los casos que ocasionan un accidente consideran que deben ser recompensados. Claro se exceptúa una minoría de motociclistas que también son víctimas de otros motoristas pues también existen conductores de vehículos privados cuyos valores de respeto son inexistentes o en algunos casos andan con efectos de alcohol o drogas.
Además de lo anterior habrá que agregar a los conductores de transporte urbano, los que consideran que las calles son propiedad de ellos y por lo tanto todos los demás deben apartarse del camino, especial mención merecen los llamados rapiditos. Si alguna persona tiene la osadía de reclamar por algunas de esas acciones se arriesga represalias o en el mejor de los casos a que le mencionen a la madre o escuchar la frase, propia de iletrados, “estamos en Honduras”.
Esa frase es como aceptar que no debemos tener ley, que este debe ser un corral; también hay que recordar las expresiones que algunos conductores de transporte que ante las faltas graves que cometen a diario se justificaron en alguna entrevista de radio diciendo “es que andamos trabajando”, eso es como decir que al hacer esa actividad no hay ley que aplique.
El exceso de esos abusos se produjo cuando los directivos del tránsito de Tegucigalpa, ya cansados de los excesos de los transportistas, decidieran tomar algunas medidas aplicando las multas como corresponde para evitar el abuso y las faltas al orden vial…… quizás pocos recuerden o conozcan el resultado y las acciones de los transportistas, que fue recurrir a otro acto delictivo, al tomarse varias arterias principales de Tegucigalpa a fin de que se les dispensaran las multas de tránsito.
Al final es la ley del más fuerte y que conduce a una conclusión: las leyes solo se aplican a los que no pertenecen a esos grupos de poder, al ciudadano corriente, al que está siendo atropellado en su seguridad y en sus derechos viales por aquellos otros que se han tomado las calles y que incluso son los que menos aportan para la construcción y mantenimiento de las calles.
Tal como están las cosas y la falta de autoridad, para solventar el problema o al menos la intención de enfrentarlo, la conclusión solo merece una triste frase de aplicación diaria “sálvese quien pueda”. Por; René Raudales/ hondudiario